El estrés y su manejo en la vida cotidiana

 

Así como antes le echábamos la “culpa” a los virus como productores de enfermedades, es habitual referirse al estrés como generador de infinidad de síntomas y trastornos de origen “desconocido” que nos aquejan..
Sin embargo es útil comenzar por el término, que está tomado de la física como “cantidad de peso al que se somete una pieza antes de partirse”.
Asimismo, de su etimología inglesa surgen conceptos como esfuerzo, tensión, compulsión, coacción, énfasis, que amplían su significado.

Históricamente hay que reconocerle a Hans Selye -científico austrohúngaro de la universidad de Montreal- su aplicación a la medicina, cuando describe, allá por 1926 un síndrome de adaptación general, como una estrategia fisiológica ante acontecimientos perturbadores, caracterizado por un aumento en la actividad del polo simpático de nuestro sistema nervioso autónomo -o neurovegetativo- . Ello se manifiesta con aumento de la frecuencia cardíaca-respiratoria, el tono muscular, la apertura ocular -midriasis-, la transpiración, la glucemia, las catecolaminas -adrenalina y noradrenalina-, el cortisol (paralelo a una inhibición transitoria del sistema inmune). Éste cuadro se inscribe dentro de la reacción rápida de ALARMA ante un peligro cercano, que prepara adecuadamente al organismo para la LUCHA O LA HUIDA –definida por Cannon en 1932- .
Pero si la situación amenazante persiste o no se descarga ése estado de alerta, se entra a una fase de RESISTENCIA, que va acompañada de desequilibrios hormonales –inmunes –metabólicos –cardiovasculares- que incrementan notablemente la susceptibilidad a las enfermedades.
Finalmente, si prosigue la secuencia se llega a un estado de AGOTAMIENTO, de pronóstico grave, donde se pierde la brújula del sistema neurovegetativo.
Es decir que podemos hablar de un estrés agudo, de uno crónico y de un colapso.

Dentro del ámbito de la epidemiología médica se observó una relación entre importantes reveses emocionales y el desencadenamiento de enfermedades como úlceras digestivas, hipertensión arterial, cefaleas, enfermedades infecciosas y hasta accidentes. Incluso se intentó medir “objetivamente” la cantidad de estrés soportado por una persona asignándole un valor numérico, de tal manera que se pudiera predecir la aparición de una enfermedad -Dr. T. Holmes de la universidad de Washington- . Así los valores más altos correspondían a experiencias dolorosas como muerte de cónyuge, divorcio, separación, pérdida de empleo, pero seguían, paradójicamente situaciones como matrimonio, embarazo, jubilación o realizaciones personales excepcionales ..Es decir que lo estresante eran los CAMBIOS -sea de hábitos, modos de relacionarse, autoimagen- que requerían ADAPTACIÓN Y FLEXIBILIDAD ...

El otro aspecto que surgió es que ante una alta carga estresante la mitad de los individuos no enfermaron durante los 12 meses de dicho estudio. Esto marca claramente que el factor más significativo es el MODO en que cada individuo maneja el estrés, es decir como lo interpreta y lo enfrenta.

Podemos entonces, considerar un trípode de variables:

A) LAS DEMANDAS: es lo que llamamos la carga externa -pareja, flia., trabajo- como la interna -exigencia, expectativa-. Nuestros ancestros detectaban un peligro externo inminente y reaccionaban desde el miedo y la necesidad de supervivencia. Pero desde el desarrollo del lenguaje y la organización en comunidades, los peligros tienen más que ver con el orden social y la estructura mental de la persona.
B) LA PERCEPCIÓN: no importa tanto lo que sucede como lo que yo CREO que sucede.. Es un fenómeno subjetivo variable según sensibilidad, creencias, mandatos. Así se describió una personalidad tipo “A”, que se estresa con más facilidad por tener rasgos de competitividad, ambición y prisa.
C) LOS RECURSOS: Huxley decía: “experiencia no es lo que le pasa a un hombre sino lo que hace con lo que le pasa...”. Esto es tan categórico que se especificó en la palabra RESILIENCIA a la capacidad de afrontar las adversidades de la vida, superarlas y aún salir fortalecidos de ellas.

Podríamos entonces entrever un estrés normal , que nos mueve a resolver los desafíos diarios y un distrés, cuando tenso exageradamente mi “cuerda” y no aprendo a cambiar.
Habría tres características que sostienen y promueven el distrés:
1. LA PRISA: el déficit de tiempo tan pregonado en nuestra cultura IMPIDE vivir el momento y rescatar el presente. Se impone aquí la PAUSA necesaria para reencontrarnos y generar una economía energética, diferenciando lo urgente de lo importante.
2. LA HOSTILIDAD: sentir la amenaza constante de afuera lleva a aislarse, volverse agresivo y acorazarse..El remedio es despertar la vulnerabilidad, abrirse al encuentro con el otro y volcarse al SERVICIO -ayudar a los demás-
3. EL PERFECCIONISMO: es enemigo de lo bueno. La PRETENSIÓN Y AUTOIMPORTANCIA que están detrás, llevan a la frustración, y el autoreproche. Aquí es preciso contactar con mi verdadera naturaleza ACEPTANDOME Y QUERIENDOME TAL CUAL SOY..para CONVERTIRME EN UN BUEN ADMINISTRADOR DE DIFICULTADES.

 

 

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