Cuando se habla de cómo funciona un trastorno de ansiedad es útil hacerlo a través de un círculo vicioso, es decir, un funcionamiento que por sí mismo tiende a mantenerse y hacerse más fuerte.
A grandes rasgos, cuando una persona tiene síntomas de ansiedad nota algunas sensaciones físicas desagradables como palpitaciones o mareos. Esto ocurre porque las situaciones de peligro (real o imaginario) producen reacciones a nivel cerebral y hormonal que activan el cuerpo como si fueran una alarma antiincendios: cuando se detecta una posible amenaza, toda la atención de la persona se dirige hacia esta situación para huir del peligro y sobrevivir.
Así, la persona respira más fuerte (para disponer de más oxígeno), el corazón late más rápido (para hacer llegar más sangre a los músculos y al cerebro y tener más glucosa y oxígeno), los músculos se tensan (para estar más preparados para huir o defenderse), los poros de la piel se cierran (para protegerla de posibles lesiones), etc. Paralelamente, se envía información de la alarma a otras glándulas del cuerpo para que liberen hormonas (glucocorticoides) que tienen un efecto antiinflamatorio en los tejidos y órganos, para evitar daño físico. Así, el cuerpo se siente como una olla a presión.
Una vez pasa el peligro o si se tiene éxito a la hora de afrontarlo, o si simplemente la persona se da cuenta de que no hay ninguna amenaza real, la alarma a nivel cerebral se desactiva, el sistema nervioso se reequilibra y el miedo o la ansiedad disminuyen.
Pero también puede ocurrir que, a veces, no se sepa cuál es el peligro concreto o de dónde viene. Entonces, la atención se fija mucho en las sensaciones corporales desagradables, lo que probablemente hace que el ritmo cardíaco y respiratorio aumenten aún más hasta el punto de que cueste respirar. El aumento de estas sensaciones también incrementa los pensamientos negativos. Si todo esto sucede cuando, por ejemplo, se está cogiendo el ascensor, es probable que en algún momento se decida no cogerlo más (evitación) o se haga sólo cuando son ascensores nuevos o se va acompañado del entorno cercano ( conducta de seguridad).
En este ejemplo se puede observar como la evitación y el uso de conductas de seguridad (aquellos "trucos" que la persona utiliza para poder afrontar las situaciones temidas) ayudan a que el trastorno se mantenga, ya que no permiten comprobar que los pensamientos negativos ( "el ascensor se estropeará y tendré problemas para respirar") no son acertados, y la persona puede pensar que se ha salvado gracias a estas conductas de evitación o de seguridad.
En determinadas personas, sobre todo si han sido sometidas a periodos intensos de sobrecarga emocional y amenaza en determinados períodos del desarrollo, o si son vulnerables a la ansiedad, las respuestas de miedo/ansiedad pueden aparecer de forma continuada a consecuencia de una hipersensibilización de los circuitos cerebrales de alerta o de una respuesta lenta en el restablecimiento del equilibrio una vez desaparecida la amenaza.
Además, la repetición de las respuestas de evitación pueden también afectar el funcionamiento habitual del día a día de la persona y disminuir su libertad y autonomía. Es cuando la ansiedad y el miedo se vuelven patológicas y conforman un trastorno. Además, la frecuente activación de las estructuras hormonales implicadas puede volverse perjudicial para el propio cuerpo, ya que la presencia continua de glucocorticoides en sangre puede afectar al resto de tejidos y vísceras del organismo y generar desórdenes físicos, molestias o dolor en diferentes sistemas, así como también depresión o fatiga.