El estrés, la angustia o la rabia reprimida pueden contribuir al desarrollo de tumores. Los sentimientos positivos y el apoyo social son factores protectores.
Imaginemos un mundo sin cáncer.
En él, nuestros tejidos serían inmunes a los cambios que producen las radiaciones, los tóxicos, los virus y las mutaciones. No se desarrollarían tumores ni serían precisos los tratamientos quirúrgicos, quimio y radioterápicos. Qué maravilla, ¿verdad?
Ciertamente no es eso lo que podemos encontrar en las salas cada vez más repletas de los servicios de oncología de los hospitales. Y, sin embargo, tenemos razones más que sobradas para el agradecimiento:
Cuando, al realizar una autopsia, se estudian de forma exhaustiva los tejidos de los diversos órganos, más de un tercio de las mujeres jóvenes fallecidas (con menos de 50 años) presentan un cáncer incipiente en la mama (en vida, se habría detectado menos del 1%).
En hombres de la misma franja de edad, el 40% tiene un cáncer de próstata (menos de un 2% se hubiera manifestado).
El 98% de las personas estudiadas son portadoras de un tumor en la glándula tiroides, que pasará inadvertido en la población general, excepto en el 0,1% de los casos.
¿Cómo es posible que tantas personas tengan tumores que nunca serán detectados?
La razón es que el desarrollo de un tumor requiere un largo camino.
Antes de dar la cara pasa por una serie de etapas: en primer lugar, el periodo latente de iniciación, luego la promoción bajo el efecto de hormonas y factores de crecimiento, después la progresión hasta manifestarse clínicamente y, finalmente, la extensión, invasión y metástasis que pondrán en peligro la vida de la persona.
El proceso puede necesitar décadas para completar todas estas etapas que, sin embargo, la mayoría de las veces quedarán limitadas o incluso remitirán gracias a la intervención de los mecanismos de defensa con que cuenta nuestro organismo.
Ambiente y emociones
Actualmente, la idea del origen genético apenas explica un 5% de los casos de cáncer.
En todos los demás, la explicación hay que buscarla en el ambiente en que las personas nos movemos a diario; el efecto que tienen la dieta, el estilo de vida, las infecciones, la obesidad, el tabaco y otros tóxicos. Y junto a ellos, elementos más sutiles pero decisivos, como son los comportamientos relacionados con la salud y el efecto del estrés y las emociones.
¿A qué responden los tumores? ¿Y en qué situaciones la balanza caerá del lado de la progresión de la enfermedad?
Llevamos décadas estudiando la relación entre estrés, factores psicosociales (dificultades familiares, laborales...) y cáncer. Los resultados indican una mayor incidencia de esta enfermedad y una disminución de la supervivencia en ambos casos. Lo mismo ocurre con un tipo de personalidad tendente al estrés o a formas de respuesta poco adaptativas y estados emocionales negativos.¿Cómo puede llegar el estrés a encarnarse en nuestro cuerpo? La respuesta está en el eslabón de enlace capaz de recoger el efecto de las emociones y “escribirlas” en células y tejidos: el sistema inmune.
Cuando nos angustiamos, las estructuras del cerebro emocional reciben un impacto que se traslada al organismo a través del sistema nervioso autónomo (simpático) y el sistema endocrino (eje hipotálamohipófisis- suprarrenal), que modula la producción de las hormonas del estrés (corticoides y adrenalina). Estas hormonas, que nos ayudan a enfrentar una amenaza o a huir de ella, tienen la capacidad de controlar el crecimiento celular, el metabolismo y la función inmune.
Se ha comprobado que acontecimientos estresantes como los problemas afectivos, el duelo, la depresión, el insomnio y el síndrome de estrés postraumático producen alteraciones significativas en estos sistemas. Por ejemplo, el riesgo de padecer cáncer de mama aumenta el doble después de un divorcio, una separación o la muerte de la pareja.
Numerosos factores poseen la capacidad de inhibir el funcionamiento del sistema inmune: la dieta occidental, el sedentarismo, el aislamiento social, los conflictos no resueltos, el estrés, las emociones negativas de miedo, angustia y desesperanza y, especialmente, las de ira, rabia y rencor. Este impacto se compensa no solo a través de la dieta y el ejercicio, sino también mediante sentimientos positivos de alegría y confianza, la resolución armónica de conflictos, el apoyo social de familiares y amigos, y los sentimientos de generosidad, agradecimiento y amor, que pueden ser cultivados a través de técnicas de relajación, respiración y meditación.
La función inmune: un nuevo concepto
Por primera vez, las clasificaciones del cáncer están empezando a tener en cuenta la función inmune del paciente, incluyendo no solo las variables del tumor, sino también las asociadas a la persona.
El estrés crónico suprime la correcta función inmune y, a través de los sistemas nervioso y endocrino, regula su intensidad.
Recientemente, un estudio de la Universidad Vanderbilt (EE. UU.) ha confirmado que este estado de tensión permanente es capaz de favorecer las metástasis del cáncer de mama. Junto a él, la depresión, la falta de apoyo social y otros factores psicológicos constituyen factores de riesgo para el desarrollo y la progresión del cáncer.
El propio diagnóstico y tratamiento pueden causar ansiedad y depresión y poner en marcha respuestas psicológicas poco adaptativas, como la desilusión y la desesperanza, que contribuyen a acelerar el curso de la enfermedad. De nuevo, el apoyo social y el optimismo son sólidos predictores de supervivencia y de una mayor calidad de vida del paciente.
El peso del carácter: personalidades tipo A, B y C frente al cáncer
La observación de las distintas formas de respuesta psicofisiológica a los estímulos potencialmente estresantes ha puesto de relieve, por un lado, las diferencias individuales en el riesgo de enfermedad y mortalidad y, por otro, la relación entre los factores psicológicos y el funcionamiento del organismo.
Es bien conocida la personalidad de tipo A, competitiva y ambiciosa, ligada a un estado de excitabilidad exagerada del sistema simpático, que se asocia al estrés y a la enfermedad cardiovascular.
Personalidad que contrasta con la del tipo B, paciente y relajada, aunque un tanto apática.
Los estilos personales de afrontar las situaciones suponen, asimismo, formas diversas de poner en marcha la respuesta inmune ante factores estresantes.
Un estilo ineficaz de afrontamiento, como es el llamado tipo C de personalidad, es propio de personas que suelen mostrarse agradables y amables con los demás, pero que no se permiten la expresión de la irritación, el enfado u otras siempre la familia, el trabajo, las obligaciones o los amigos a sus necesidades.
Donan generosamente su tiempo y su esfuerzo, dejando siempre en último lugar su propio cuidado y atención. Son personas complacientes y colaborativas, pero escasamente asertivas, obedientes a la autoridad y sometidas a los deseos de los demás.
Esta personalidad está ligada a una disfunción inmunitaria que podría propiciar tanto el desarrollo de enfermedades autoinmunes, como contribuir a los procesos cancerígenos. Entre las características psicológicas implicadas en la progresión tumoral, se encuentran la represión de las emociones, la indefensión y la desesperanza, un escaso espíritu de lucha y la ausencia de apoyo social y familiar.
Sirve la psicoterapia para prevenir y detener el cáncer?
La intervención psicológica en cáncer persigue disminuir el estrés y la ansiedad creados por el diagnóstico, el tratamiento y el miedo a la muerte, y mejorar el estado de ánimo, la tendencia a la depresión y al aislamiento.
Es posible facilitar ayuda a través de técnicas de psicoterapia, relajación, meditación e intervenciones de apoyo grupal.
Este trabajo no solo mejora la calidad de vida de la persona, sino que posee la capacidad de regular de forma adaptativa la respuesta neuroendocrina e inmune durante la enfermedad.